El día de ayer estaba
compartiendo con algunos colegas coach mi percepción acerca del por qué el
coaching sigue siendo considerado como una pseudociencia, a pesar de los
múltiples avances y progresos que se están haciendo para mover al coaching hacia
convertirse en una práctica basada en la evidencia.
Mucho se ha hablado de las
diferencias entre coaching y psicología, específicamente psicoterapia. Pero
pocos son los esfuerzos disponibles por apreciar qué une a estas dos prácticas
profesionales, por entender cuáles son los procesos psicológicos que subyacen
al proceso de coaching. En palabras más sencillas, qué cambia en la psicología
de las personas que asisten a un proceso de coaching.
Como profesionales que hacemos
prácticas de coaching, tenemos la responsabilidad de acercarnos a los procesos
psicológicos básicos. Entender cómo nuestros procesos de coaching impactan el
pensamiento, la emoción, la motivación y el comportamiento de las personas.
Estamos llamados a profundizar en nuestro conocimiento acerca de lo que nos
hace seres humanos integrales, y a no quedarnos en una aplicación instrumental
de las herramientas que aprendemos en las certificaciones de coaching.
Este también es un llamado a construir
desde las similitudes, a posicionar la práctica del coaching, no desde qué lo
hace diferente, sino a partir de lo que lo une con otras prácticas y
disciplinas. Quizás así podremos promover un posicionamiento del coaching como
una estrategia basada en la evidencia, con reconocimiento y con medios definidos
para evaluar sus resultados.
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